DEL LLANO A LA MONTAÑA, ABRIENDO CAMINOS CON SU FUTURO AL HOMBRO
El ardiente sol de medio día ardía en su cabeza y el sudor de su frente, cubría todo su rostro. La piel fina y trigueña reflejaban en la sonrojes de sus pómulos el sin sabor de un conflicto y el esfuerzo de un hombre del campo. El brillo y la tristeza en sus ojos ante “el rechazo y las injusticias de la vida” brotaban como lágrimas que corrían por su piel. Llegar a un lugar ajeno, a la ciudad, al ruido y la contaminación lo agobiaban; pero más aun lo hacia, el no poder brindar las comodidades que antes tenían, y no anhelar; todavía, un prospero futuro para sus hijos.
Huir día tras días de los defensores de espacio público, no solo era una carrera por salvar la mercancía, sino una carrera con la vida. Aunque, corridas y trechos largos, ya había caminado antes de llegar a la capital de la montaña.
Julio Martínez en compañía de su esposa y tres hijos, llegó a Medellín desplazado por el “eterno conflicto del país”. Él, un campesino del Llano Colombiano hasta hace 4 años, con un hogar prospero y armonioso, había labrado su “tierrita con sudor pero ante todo con amor”; sin embargo este amor a su tierra, a su hijos y a su vida campesina lo habían convertido en blanco de legales e ilegales; cuando los cultivos de coca se apoderaron de su suelo y tanto las fumigaciones como la presión de ambos bandos atentaban contra la seguridad de él y su familia. Con las pocas pertenencias rescatadas al hombro, viajaron hacia Medellín buscando refugio en viejos amigos. Sin embargo, Julio un hombre de 46 años, acostumbrado al trabajo desde niño, llegó a Medellín a rebuscársela por los suyos y a vender en las calles del centro de la ciudad, aunque su condición de desplazado y de vendedor ambulante y/o informal, se convertía en un desafío, cuando las puertas se cerraban en sus narices.
El ardiente sol de medio día ardía en su cabeza y el sudor de su frente, cubría todo su rostro. La piel fina y trigueña reflejaban en la sonrojes de sus pómulos el sin sabor de un conflicto y el esfuerzo de un hombre del campo. El brillo y la tristeza en sus ojos ante “el rechazo y las injusticias de la vida” brotaban como lágrimas que corrían por su piel. Llegar a un lugar ajeno, a la ciudad, al ruido y la contaminación lo agobiaban; pero más aun lo hacia, el no poder brindar las comodidades que antes tenían, y no anhelar; todavía, un prospero futuro para sus hijos.
Huir día tras días de los defensores de espacio público, no solo era una carrera por salvar la mercancía, sino una carrera con la vida. Aunque, corridas y trechos largos, ya había caminado antes de llegar a la capital de la montaña.
Julio Martínez en compañía de su esposa y tres hijos, llegó a Medellín desplazado por el “eterno conflicto del país”. Él, un campesino del Llano Colombiano hasta hace 4 años, con un hogar prospero y armonioso, había labrado su “tierrita con sudor pero ante todo con amor”; sin embargo este amor a su tierra, a su hijos y a su vida campesina lo habían convertido en blanco de legales e ilegales; cuando los cultivos de coca se apoderaron de su suelo y tanto las fumigaciones como la presión de ambos bandos atentaban contra la seguridad de él y su familia. Con las pocas pertenencias rescatadas al hombro, viajaron hacia Medellín buscando refugio en viejos amigos. Sin embargo, Julio un hombre de 46 años, acostumbrado al trabajo desde niño, llegó a Medellín a rebuscársela por los suyos y a vender en las calles del centro de la ciudad, aunque su condición de desplazado y de vendedor ambulante y/o informal, se convertía en un desafío, cuando las puertas se cerraban en sus narices.
Aquella tarde de septiembre, el temido camión blanco arrasó con su mercancía, pero más que la impotencia por saber que sus ventas no eran permitidas debido a cualquier ley absurda; realmente lo llenaba de ira, tristeza y dolor saber que las humillaciones se venían repitiendo por unos que se creían con todo poder.
Después de la batida con los uniformados (defensores de espacio público) y tras algunas agresiones verbales y físicas de parte y parte, Julio apoyado por una artesana experta en las difíciles ventas ambulantes en Medellín, convenció a Julio de poner su caso en manos de los directivos de la Defensoría de Espacio Público, ya que según Astrid, artesana en el centro de la ciudad,: “la insistencia y el no quedarse callado son las mejores armas para evitar las injusticias”.
Con los ojos brillantes y después del sin sabor que le dejó la discusión con los “defensores”, Julio acudió a la Defensoría de Espacio Público y con ayuda de una funcionaria encargada de los derechos de los vendedores informales logró una citación para ser reubicado.
Pasados algunos meses, Julio, aún con mercancía al hombro y ya con cadenas de las cuales cuelgan algunos celulares, habla de cómo tiene que rebuscársela con nuevos “medios de entrada”. Ya no sólo habla de él, sino de algunos de sus hijos quienes ahora estan en “el negocio”. “Trabajar en la calle es duro y mas si se piensa en un pasado mejor. Ya toca acudir al servicio de minutos que es rentable en cierta parte y ahora es necesidad tanto de uno, como de quien solicita el servicio”. Aunque aun los bolsos, artículos por temporadas y los minutos a celular hacen parte de las herramientas para conseguir el sustento diario, la Defensoría de Espacio Público por su parte, después de la queja de Julio por los abusos de algunos defensores, le dio la posibilidad de una capacitación que recibió su esposa, “manipulación de alimentos y algo sobre pequeñas empresas, nos da la posibilidad de buscar mas recursos y tal vez montar una chasita de alimentos o dulces que la gente consume con frecuencia”.
Al finalizar aquella tarde, Julio, después de narrar parte de los pedregosos caminos que ha recorrido y con una mirada más brillante y esperanzadora, esperaba que después de tantas tormentas llegara la calma, y las puertas de esta ciudad se le abrieran para encontrar, ya no un futuro llano, pero tal vez si, uno montañoso.
4 comentarios:
Hola Sandris...
Me parece que fue muy acertado el enfoque del articulo, mostrando la incertidumbre que tiene que sufrir los vendedores de minutos y, en general, todos los ambulantes. La escritura fue muy poética y amena
Demasiado amena diría yo. Tú tienes un 'toquesito' secreto en los artículos que a mi me grada mucho. Faltan algunas comas y tíldes, peor no se sienten...que lectura más amena, que buen principio y que buen final.
Con respecto al tema:
Triste que este tipo de cosas sucedan en mi nación. Fuera de que los desplazan, el gobierno los desconoce y no les dan ninguna solución para que ellos se puedan emplear y encuentre un nuevo norte en sus vidas. Intentan sobrevivir desde la informalidad y los estigmatizan, los persiguen cual delincuentes (de los que si hay mucho y a los que no persiguen). Ay hombre Colombia, gracias Sandrita por estos artículos, lo ponen a pensar a uno.
Buen tema y buena propuesta para el desarrollo narrativo. Creo que hay bastantes detalles en la escritura y sería bueno que le dieras una nueva lectura para corregirlos.
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