Bajo la pesadez del sol picante, el aire contaminado y ante el ruido característico del centro de la ciudad, los ojos son saturados con los vivos colores que anuncian servicios varios, distinguiéndose llamativamente una sobre oferta y demanda del color naranja, que anuncia y hace protagonista por minutos al celular.
Mientras el contador aceleraba su paso al igual que yo lo hacía con el ritmo de mi voz, un hombre de baja estatura y nada de pelo sobre su cabeza, acordaba una asamblea con el chico que me vendía el minuto a celular.
La bendita y entrometida curiosidad (que aún no me ha matado), no dudó en escabullirse tras la información y encontrarse una pequeña oficina que entre el sonar de “una cabeza” y las bolas del billar, opera como Cooperativa dedicada a la regulación de la venta de minutos en el ya trajinado asfalto del corazón de Medellín.
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