No sé si moriré pronto. No temo a eso...
Hoy en una invasión de saudades, existencias y no existencias, tengo el vacío temor del no mirar. No mirar esos cristalinos ojos que alguna vez me mostraron su fuerza poniendo a servicio las rarezas de su corazón.
Pensar que solo quedará el veneno en mis labios sin movimiento y la fugacidad de mi alma (¿seré un fantasma, un espíritu, una en pena, una nada?), importara poco si no fuese por ese venenoso espejo que nunca me ha dejado traspasarlo, esas venenosas promesas a Milena que quedarían sin cumplir y Ella, venenosa, con sus peleas que nunca he de ganar.
Que saudade. Que venenoso es mi desvelo, ese que sin compasión alguna pretenderá arrebatarme el deleite de unas lágrimas regadas sin dolor y de las que dolorosamente me navegaran en pensamientos, convirtiendo con encantadora rapidez aquel desaparecido cuerpecito, en un desteñido recuerdo.
Que amargura me dejará el silencio, el no escuchar algún murmullo sonriente que tímidamente saldrá tras el descanso de mi ausencia.
No estaré. Que simpleza.
¿A dónde iré, habrá un costoso viaje de regreso, o contrariamente estará de promoción?. Aunque quisiera evitarlo, seguramente la inmortal terquedad pasará una cuenta de quejas y sugerencias para el día que me devuelvan; y siendo esa la última vez, llenaré una infinidad de papeles innecesarios solicitando poco tiempo para ver y escribir sobre lo mutante que se hizo la tierra sin mí, o del veloz olvido que secó la caminante luz saliente de aquellos ojos cristalinos.